El tacto del agua me devuelve los sentidos. Me gusta quedarme en casa. Tender la ropa, pasear, barrer, leer, echarme la siesta, hacer los deberes del cole....
Y aún así he sentido hace días días una cantinela antigua: ¿Ya está? ¿Es esto todo?
En un descuido de mi mente logro observar esa necesidad, que más que necesidad es un hábito: seguir corriendo para llegar a algún sitio que siempre es mejor que aquel de donde vengo. ¿Ambición? Me río entonces de ella. O quizá es mejor decir que me río con ella. Sorprendo a mi mente y ella y yo (lo que sea que sea eso) nos reímos de la ambición de llegar a algún sitio. De no parar. De seguir. ¿Es ese un motor que nos mueve o que nos mantiene insatisfechos? ¿O ambas cosas a la vez?