9/5/14

Manga por hombro


Empieza el calor, y durante unas semanas, que en ocasiones se convierten en meses, el armario es un desbarajuste de jerséis y camisetas, blusas y abrigos, pantalones de abrigo y pantalones cortos. Retraso el momento de cambiar la ropa todo lo que puedo. El tiempo puede cambiar de un momento a otro, me digo, pero es que además siento una pereza de muerte. Por fin, un fin de semana cualquiera, después de haber sudado la gota gorda con el chandal de invierno, me digo, ya está bien, de hoy no pasa.
Así me siento yo últimamente:  Soy cómo un armario de invierno-verano. En mi interior se mezclan confundidos, pensamientos con mucha lana junto a ideas livianas y brillantes. A veces salgo con mi pensamiento de invierno y paso un calor mental de muerte.
Cambiar el armario mental da igual de pereza, aunque es mucho más interesante. Porque yo tengo una cabeza muy pequeña. Nada parecido a esos vestidores maravillosos que veo en algunas personas,  capaces de sacar trajes y vestidos recién estrenados. No, mi cabeza es muy pequeña, insisto, y caben muy pocas cosas. Hay que andar ordenándolo todo contínuamente porque se me mezclan las ideas,  y se me olvidan las reflexiones de un año para otro.
Lo bueno de tener un armario pequeño es que, como no puedes guardarlo todo, tienes que escoger lo que guardas. Por ejemplo, ese pensamiento estrecho que guardas ya desde hace cinco años en espera de una talla que ya sabes que no vas a tener nunca, lo sacas y lo reciclas. O esa creencia holgadita que cualquier día se deshace del uso, vas y la tiras. Y no digamos ya de esos sentimientos pequeñitos y molestos, que guardas como recuerdo de algo que ya no recuerdas, vas y los olvidas.
Las ideas nuevas sientan mejor, no aprietan y duran más tiempo.
Bueno. Ahora ya sabéis por qué no escribo: tengo el armario manga por hombro. Y yo estoy ahí en medio, mirándolo todo, intentando decidir lo que guardo, lo que tiro, lo que me sirve y lo que no me sirve. Y aún no he empezado.



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