23/11/13

Miedo

El miedo al miedo. A moverse y a no moverse. A cambiar. A decir lo que se piensa. El miedo a equivocarse, a fallar, a no llegar. Miedo a la soledad y miedo a la gente. Miedo a envejecer. Los miedos inconfesables. Los miedos nocturnos. Los miedos que se disfrazan para no parecer miedos.

Vivimos rodeados de miedo y pasamos gran parte de nuestra vida tratando de evitarlo.  En busca de la seguridad, incluso a veces por encima de nuestra propia felicidad.

Inculcamos a los niños el miedo desde pequeños: no subas, no hagas, no respondas, no hables. Los padres, los profesores, y más tarde los jefes, los amigos, los amantes.

Trasmitimos el miedo como antes nos los trasmitieron a nosotros. El miedo dicen, nos salva. Pero ¿dónde se encuentra el equilibrio entre el miedo que nos salva y el miedo que nos hunde? ¿Cuándo un miedo es realmente un aviso o una condena?

Algunos llaman socializar a meter el miedo en el cuerpo: Sé un buen chico, responde sólo cuando se te pregunta, no protestes si te reprenden, no hables en voz alta, permanece sentado, no te levantes ni te muevas. ¿Dónde está el punto que diferencia la socialización del sometimiento? ¿Hasta qué punto interesa que un niño tenga miedo?

Algunos llaman amor a tener atemorizada a la persona que se ama: no te vayas, no puedo vivir sin tí, la vida sin tí no tiene sentido. Frases que curiosamente oimos en las canciones de amor, pero que están repletas de miedo y que inculcan el miedo en el otro, porque ¿cómo voy a ser capaz de vivir si mi vida no es mía sino del otro? ¿Cómo voy a dejar al otro si su vida depende de mí?

Por el contrario, algunos llaman ser independiente al miedo al compromiso. Porque da miedo acabar con la imagen del otro que teníamos idealizada y darse cuenta un día de que ese otro es un ser real, con sus defectos y sus límites, sus arrugas, sus ronquidos, y sus días malos.

El miedo a pararse, a tener que lidiar con los demonios interiores, nos lleva a un incesante y continuo movimiento que muchos llaman actividad. Un ir y venir de casa al trabajo,  y de aquí al gimnasio y a las clases de inglés y de aquí al yoga para relajar algo. Y mientras tanto del móvil al ordenador, del ordenador, a la tableta y de la tableta  a la televisión. No te pares, no vaya a ser que tengas que hablar contigo mismo y resulte que no te gustas o peor aún, que no tienes nada que decirte.

El miedo a envejecer produce seres extraños, eternamente jóvenes en lo externo y en lo interno. Extraños,  porque muy a su pesar el tiempo pasa, y termina dejando una marca reconocible aunque indefinible en rostros y almas.

El miedo a la soledad, produce a veces cárceles insospechadas dentro de las familias, de los amigos, de los grupos. Somos capaces de soportar cualquier cosa con tal de no sentirnos solos.

El miedo a la muerte, a la enfermedad, a la pérdida del trabajo, de los seres queridos. Miedos que aparecen a cara descubierta, que no podemos disimular. Miedos que nos atacan y nos dejan agarrotados, con señales como heridas de guerra.

Y no voy a seguir, porque la lista es interminable. Porque a los miedos antiguos se suman nuevos miedos y se inventan otros tantos, ya que siempre ha interesado jugar con el miedo de los demás.

No voy a seguir porque tengo miedo de aburriros y cansaros.

















1 comentario:

  1. Miedo me da.... Escribir unas líneas...por el qué dirán... Porque eso también tiene su aquél y es que... cómo aprieta y aprieta eso de que "Que opinarán los demás de lo que yo haga o diga" (¡anda que tiene narices!!! Como si no tuviéramos bastante con nosotros mismos, como para además vivir constreñidos por el fantasma de esos terceros ajenos a nuestra piel)... Loumass.

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